jueves, 14 de abril de 2016

Crónica de la Esquina.

Mantequillo cayó en la tentación,  y de la  nada, se armó de cachos, poniéndose las manos sobre las sienes. Haciendo el gesto de los de casta escarbó  en el suelo  y arrancó a la cita del trapo descolorido que se le plantaba enfrente para completar la primera embestida. Simulando ser un buen ejemplar, giró en redondo para ubicarse  frente al diestro que lo volvía a chiflar para que acudiera nuevamente  al tercio de capote. Se encorvó sobre su cintura y esta vez  dejó caer, aún más, cada uno de sus índices hacia los costados para hacer más reales los pitones y pasó por segunda vez bajo el  tremolante capote al grito del ole de los  que veían y se divertían en la esquina, con las continuas poses de arte,  adoptadas por  el  “mataor” Guanaché Canarias quien,  a cada pase del morlaco se extralimitaba  golpeándolo con furia en el lomo, imponiendo el mando del hombre sobre la bestia. Hizo un molinete, después lo paseó por naturales y lo remató con un pase de pecho, rodilla en tierra, que el soberano, ya  extasiado con las cabriolas de toro y torero, estalló en aplausos y en vivos saludos de torero, torero. La faena producía furor  en los espectadores del pasaje Teófilo Cárdenas  que carecían del más mínimo recurso  para pretender asistir a un festejo taurino  de San Sebastián. De tanto en tanto Mantequillo agarraba respiración, sacudiéndose las gruesas gotas de sudor que ya empezaban a resbalar por lo cobrizo de su  cara. De repente, uno de los más cercanos a la faena se le ocurrió pedir cambio de tercio, a lo cual el torero accedió, pidiendo la imitación del clarinete mientras él preparaba un par de cañabravas  con las que citó al  fingido bruto que, como en todos los pases, acudió presuroso  para redondear el festivo simulacro que ya empezaba a tornarse insulso por las payasadas de Guanaché  Canarias.
Al  grito de ehh  toro  del “mataor”,  siguió  un inmenso gemido y luego una sacada de madre fenomenal, salida de lo más profundo de la garganta de Mantequillo  que  corcoveaba  para tratar de botar los 2 palos  que le habían clavado a la altura de  las paletas, mientras buscaba en redondo  una piedra para enfrentar al torero. Los pinchazos hicieron revivir el ánimo de los espectadores  que siempre creyeron que lo de las cañabravas iba a ser simplemente un acto simbólico y no las heridas por las que  chorreaba la sangre del toro Mantequillo.
La muchedumbre  persiguió al torero  y al  toro, a lo largo de las 3 cuadras que separaban la imaginada Plaza Taurina  del inmenso sembradío de caña de azúcar, a un costado del  campo deportivo. Los proyectiles lanzados  a la carrera por el brioso toro, ahora convertido en un persecutor  inclemente no alcanzaban a impactar al torero  que, aunque más menudito que Mantequillo, corría  con desesperación para tratar de ponerse a salvo de los brazos del  Negrón herido.

Tanto Guanaché como Mantequillo  no durmieron en sus casas y solo fue hasta el otro día cuando se supo que en la madrugada los techos de zinc donde vivía el torero habían recibido una ración despiadada  de piedra  que abrió troneras y estuvo a punto de causar heridas a  los hermanitos  del “mataor”. Muchos de los vecinos se atrevieron a culpar a “Mantequillo”  que en su desesperada impotencia, por no dar alcance a “Guanaché”, la había emprendido a peñonazo limpio contra la casa donde vivía  el banderillero. Esas fueron  algunas escenas que nos permitimos en nuestra infancia, a falta de plata y televisión.