jueves, 25 de junio de 2015

EN HOMENAJE A UN COLOMBIANO CULTO

                                  CRONICA DE  TORERO CON FUTBOLISTAS.
                                                               I
Como la poesía no es de quien la hace, sino de quien la necesita, creo que los cuentos también cumplen con la regla de ese aforismo y éste, de torero con niños futbolistas, que me  contó Oscar Agudelo, en una tarde de esquina puenterrealera, cuando las podíamos disfrutar,  me parece  un exquisito  salto de imaginación, de esos que tanto abundan en los coloquios de los desocupados.
La cosa fue que la plaza estaba bullente  y, como es natural, en esta clase de exacerbaciones, no cabía ni un periodista acreditado. Dos cornicachos habían sido lidiados y los bichos no dieron la bravura que, de ellos, decía el dueño de la ganadería.
El Quike, diestro “mataor”, había estado observando las goteras que se dejaban colar en cada uno de los espectáculos anteriores. No se había repartido  suerte, como interesadamente se dicen los matadores, antes de entrar al ruedo y, la oportunidad, permanecía intacta para jugárselas a fondo con su tercero de la tarde.
Había traído de España un traje de luces de grana y oro que lo mantenía más rígido de lo necesario y sólo se había movido de su burladero para hacer cambiar de dirección al segundo toro que, luego de la picada, se hizo tan manso que se sentó al lado de la puerta de cuadrillas a esperar que le abrieran.
                                                                 II
Frente a la plaza de torería se hacían los juegos de fútbol de los niñitos del orfanatorio y como era día de fiesta, todos habían ido  y se turnaban de 6 en 6. El equipo que metía el gol se quedaba y el otro era remplazado por el que le tocaba el turno. Miguelito había conseguido que su  madrina le regalara un balón de futbolito, de esos de plastigoma, que rebotan alto. Era el único que estaba autorizado, por orden de posesión, a permanecer en el terreno de juego, aun si su equipo perdía. Todos apostaban  a que ganara el equipo de Miguelito porque de lo contrario, cualquiera  de los 6 afiebrados en espera, podía alargar sus ansias de entrarle  a la terraza pedregosa de tierra amarillenta que había estado esperando cemento, hacía ya varios años, por los tradicionales saltos de presupuesto que se tapan las autoridades municipales, so pretexto  de atender  las prioridades del pueblo.
                                                                  III                                                                                                   
Una vez, arrastrado el segundo de la tarde, “ El Quike” se apresuró a colocarse la montera y a tomar el capote con los puños muy juntos. La ansiedad lo consumía y  ya su sentido del temor se había evadido  del redondel. Sus pies aplastaban  cada grano de arena, tratando de hundir aun más sus convencimientos de que la tarde estaba hecha a su medida. Oyó clarines y timbales, sin apartar la vista del hombre vestido de negro que ya daba media vuelta para darle paso al toro. Asintió  un gesto de aprobación cuando vio la primera carrera del cenizo e, inmediatamente fue a cerrarle el paso, desplegando la gruesa tela amarillo y  fucsia que hizo templar de adelante hacia atrás, con graciosa  picardía. El toro no faltaba a la cita. Por donde lo citaba “El Quike”, ahí estaba el astado, de forma inteligente, alargando su existencia. Los tendidos se entregaron a los designios de “El Quike”, con el famoso grito de torero, torero   y,  ya clamaban por los acordes desafinados de los músicos que permanecían alertas, esperando la orden del presidente de la comisión.
                                                                  IV
El equipo de Miguelito perdió una vez más, y entraron los 6 que esperaban. Debían escoger quien  le cedía su lugar al dueño del balón y esto no fue muy difícil decírselo a Rufo, un  caricolorado, rodillijunto estimado por sus mejores dotes para limpiar los baños del orfanatorio  pero, injustamente señalado como culpable  de haber provocado la caída de su 6, al permitir un gol a boca e jarro, en el juego anterior. Un dedo torcido del arquero titular le permitió a Rufo tomar su puesto, luego de 7 minutos de intensa brega. Todos se quedaron perplejos cuando el caricolorado  tomó el balón y sacó con tal fuerza que la rebotina se elevó a gran altura, por encima del arco contrario en dirección a la plaza de toros, sobrepasando  por amplio margen el tendido de sol, perdiéndose   de la vista furiosa de los pequeños futbolistas.  
                                                                  V
El toro recibió en los belfos el impacto de la pelota, luego de salir de un templado de pecho que “El Quike”  le ofreció  a la encendida tribuna, con un rabioso desplante. Había superado con inusitado éxito los 2 tercios anteriores y ya los pañuelos blancos empezaban a pendular en lo alto de la plaza, en reclamo del perdón supremo para el bravo bovino.
“El Quike”, siempre pendiente de la faena, hizo un gesto a sus subalternos para que sacaran la pelota del ruedo, cuestión que los barrigones  trataban de hacer, mostrándole un bosque de muletas al cuadrúpedo que jugueteaba con la redonda  por toda la extensión del coso. Cesó la música, se oyeron los tres anuncios  y junto a los subalternos se unió “El Quike”, sus compañeros de tarde, los picadores, las candidatas, uno que otro narrador  taurino y, sin embargo,  no pudieron persuadir al torito para que volviera a la faena. La comisión taurina decidió que el bravo cenizo, que seguía embistiendo  la pelota,  se fuera a los corrales y multó a “El Quike” que estaba hecho una fiera, inquiriendo por el desafortunado que se había  atrevido a arruinar la mejor tarde de su vida. 
                                                                     VI

Unos topetazos consecutivos en el inmenso  portón que da a las afueras de la plaza hicieron que el celador abriera y viera  a una cantidad de carajitos  sudorosos preguntando por una pelota que había sido pateada por Rufo, el caricoloradito. Al oír la petición, el celador salió corriendo en busca del torero quien llegó presuroso, echando chispas, blandiendo el balón entre sus manos. Antes de que “El Quike”, dijera algo, Miguelito se adelantó y le pidió que le devolviera el balón que le había regalado su madrina. El diestro “mataor”, venido de la madre patria en traje de grana y oro,  explotó con toda clase de insultos y ante la mirada atónita de los chavales, perforó el balón con un cuchillo y remató diciendo “andá a que te lo devuelva tu  madre, o tu madrina te de otro” y dio media vuelta. Miguelito, viendo el espectáculo y la furia del torero le repostó con más sentimiento que ingenuidad“ Esta bien, quédese con el baloncito, pero cuando un toro  caiga allá en la cancha,  tampoco se lo devolvemos”.  

TEXTOS ESCRITOS PARA ESE MOMENTO


CATALINA NOS DEJÓ
(escrito en 2007)

La muerte es fea, como dijo Temiño, y sin querer volvimos a verle el rostro con la lamentable desaparición de la mimada Catalina. Se extinguió como una velita, como un soplo leve que se expande en el vacío y nos impacta como una pesada roca. La vieja “Cata”, apenas uno de los muchos apellidos que se ganó durante su larga travesía por este mundo, fue de las imprescindibles, en el concepto seco y lato de Bertold Brech. No encontramos magnificencia en cada uno de los 99 años que acumuló, sin embargo, las dotes de solidaridad con sus semejantes marcaron su ser. Era uno de esos obreros de la cotidianidad que van cimentando, acción tras acción, los grandes monumentos que permiten hacer numerosas extensiones generacionales de hijos, nietos, bisnietos y tataranietos con valores profundamente orientados al progreso, al trabajo, a la convivencia, al disfrute pleno de la vida, entendiendo las reglas que regulan las tentaciones.
A la “Cata”, no le quedó tiempo para entender que la P con la A, rimaba Pa, se nos fue con la curiosidad de leer una oración, con el tropiezo de sus dedos para estampar una firma. Desde su infancia comprendió que no todos nacen para reyes y antes que esperar por su corona, juntó prodigiosamente sus manitas para moldear una bola de maíz que le permitió levantar 4 vástagos.
Ayer cuando me incliné sobre su frente para depositar un beso de gratitud, me invadió el temor de encontrarme con el aliento de la muerte fea, como dijo el presbítero, pero inmediatamente sentí que ese altivo plasma se descorría para dejarme ver un perfecto desfile de refranes, enseñanzas, sabidurías, anécdotas, cuentos de caminos, recetas de cocina, mamaderas de gallo y por último sus valores, valores de vida ejemplar, de sacrificio en pos de conseguir que las nuevas generaciones sigan la senda de servir y ser cada día mejores para quienes los necesitan.
Catalina escogió la resaca que nos había dejado el triunfo de la vinotinto y sin muchos aspavientos decidió cerrar su ciclo de vida en manos de su siempre compañera. Eran las 10 de la mañana de un primero de julio de 2007. La noche anterior se habían desbordado los festejos en las calles de San Cristóbal por el triunfo de la selección nacional ante Perú, en el marco de la Copa América. No quiso presumir de aguafiestas y aguantó hasta que el último fanático nacional se marchará a su hogar para extinguir su vida prodiga de razones. Nos dejó con el plan a medias para celebrarle los 100 años.