jueves, 23 de mayo de 2019

OSCAR NO ENTRÓ AL SALÓN DE LA FAMA

Somos del deporte y hacia ese cosmos vamos. Nadie ha regresado del otro lado del túnel para contarnos si es verdad que hay vida y conciencia después del último suspiro. Algunos dicen que si, pero no ha sido una verdad tan taxativa como para que no queden dudas. Por eso, preferimos seguir pensando que la muerte es la ausencia de vida. 
Este jueves nos llegó la noticia de que el roble Oscar Rondón había fallecido y no quise sorprenderme, aunque su hijo me había confiado dos días antes que se recuperaba satisfactoriamente, dejando entender que solo dependía de un marcapasos su retorno a San que Cristóbal. 
Oscar es un buen tema para un escrito. Lo es porque conversamos muchas horas. El pensaba que yo no era bueno en lo que hago y yo, a menudo bromeaba con el sobre el curso de su vida. Era un diplomático, pocos tienen esa característica, él la tenía. 
Uno de nuestros asuntos favoritos era el no estar de acuerdo el uno con el otro. Nos divertía diferir de opiniones en cuanto a política, deportes, personalidades, métodos y otra cantidad de temas. 
Donde lo dejaba andar a sus anchas era en las anécdotas y en las historias de San Cristóbal. Ahí era un docto, una especie de relator especializado. Cuando sentía que la discusión había ido demasiado lejos, me amenazaba con contarme, una vez más, el out de callo. Era una jocosidad que, según él, sucedió en un campeonato nacional de béisbol. “Alguien que le habían extirpado un callo en el pie izquierdo dio un tubey, y otro alguien a la defensiva lo sabía. Lo único que hizo fue darle un guantazo encima del pie y al sentir el dolor abandonó por unos segundos el contacto con la almohadilla. El umpire decretó el out al ver que el corredor no estaba haciendo contacto. Oscar decía que, desde entonces, se decretó oficialmente el out de callo. 
“Usted sabe que los administradores son como los que hacen gárgaras. Algo se les pasa”, lo decía socarronamente y con esa voz grave que confundía a cualquiera que no lo conociera. 
Trabajamos en el IND ad honorem, luego en los procesos de descentralización del deporte donde estuvo muy activo. Formó parte del directorio del Instituto del Deporte Tachirense, institución que se formó producto de los planes de descentralización que se adelantaron en el año 96. Ese mismo año acudimos a los Juegos Nacionales de Trujillo, donde nos esmerábamos porque la situación económica y deportiva del Táchira nos afectara lo menos posible. 
Casi siempre estuvo en las delegaciones regionales a los Juegos Nacionales. Cualquier función desempeñaba, con tal de vivir de cerca la actuación de nuestros atletas. 
Muy pocas veces nos ocupamos de conversar sobre su fase de deportista. Nunca le pregunté si estuvo en Grandes Ligas, que posición jugó o, que le truncó su llegada. Prefería hablar de sus peripecias en las reivindicaciones de los entrenadores. Su papel en el Colegio de Entrenadores de Venezuela. Ahí, se daba como pez en el agua. 
Su pasión: el béisbol, la Tere, sus hijos y el deporte. Digo, deporte porque el béisbol era un elixir, el oxígeno que le impedía el aburrimiento y los estados de postración. 
Sus últimos años los dedicó a impulsar la apertura del Salón de la Fama del Deporte Tachirense. Ahí hubo alguna polémica por las posiciones divergentes que manteníamos. La Fundación Héroes del Deporte del estado Táchira fue su refugio final, desde donde puso todo su empeño y sus energías por lograr hacerse un lugar al lado de los inmortales del deporte regional. 
Las cosas se trancaron y finalmente quedó postergado su ascenso al pretendido salón. 
Decir que estamos en el 9no inning significa que las cosas están llegando al final. Días atrás hablé con Oscar y me dijo que jugaba el noveno fácil y que si había que salir para extrainning estaba listo. Eran las fanfarronadas que acostumbrábamos a celebrar en nuestras tardes de velódromo y villas del IDT en donde transcurrieron sus mejores años. Desde esta ventana hemos visto algunas cosas. Mis condolencias a Doña Tere y a Oscarcito que por ahí nos vemos..