domingo, 23 de julio de 2017

EL “CORUBO Y LA NEGRA MATEA” HOMENAJE A UN SINGULAR

Ese viernes ni calentó su potente brazo. Presuroso entró al dugout, desplegando la sonrisa que le granjeo su fama de jocoso, alegre y muy jodedor. Tras amarrar las trenzas de sus zapatos dio unos pequeños saltos para luego alertar con su aliento etílico que la tardanza en llegar al “12 de Febrero” de Táriba se debía a la parada forzosa que hacían los trabajadores de la Represa Uribante Caparo, los fines de semana, en cada una de las ventas de cerveza que encontraban entre Pregonero y San Cristóbal. 
No era en vano las ganas del manager de Constructora S.B. El Curubo Hernández, por tener, desde principio del juego, al negrón Oswaldo Leal, un sólido pelotero venido de los lados de Caracas, al que se le temía por su fortaleza con el bate y capacidad inspiradora entre aquel grupo de amigos que más que un equipo de softbol, estaba unido por lazos de consanguinidad. Tenerlo en el lineup le aseguraba a este grupo cierta superioridad y un seguro extrainning de rones y cervezas.
Eran esos tiempos en que el salario permitía acceder a una opción de habitación, un vehículo y los consabidos desmanes de los fines de semana. La construcción del desarrollo hidroeléctrico Uribante – Caparo concentró a un gran contingente de hombres y mujeres, venidos de todas partes del país, que atraídos por la buena remuneración y las ventajosas condiciones laborales, entre las que destacaban, excelentes escenarios deportivos y clubes de diversión nocturna donde los más talentosos podían exhibir sus condiciones de juego y de rumba. 
Oswaldo era de uno de esos elegidos. En su niñez se permitió dotarse de esos atributos de calle en un sector caraqueño como Caricuao donde la salsa, el béisbol y otros deportes formaban parte integral de las enseñanzas de cualquier mozalbete que quería hacerse un lugar entre el común. En contraste con los tiempos que corren donde las pistolas y la posesión de drogas parecen ser las nuevas tendencias.
No fue difícil que Oswaldo se involucrara con la novena de Constructora S.B. Al ser pretendido por muchos equipos de softbol de San Cristóbal, el Negrón no dudó en alistarse con este cuadro de desordenados donde militaban sus sobrinos y un manager que respondía perfectamente a sus inquietudes rumberas. Desde que se conocieron, Oswaldo y Curubo formaron una yunta que sobrepasó los compromisos peloteriles y los llevó por un camino de excesos de mamaderas de gallo, cervezas y reuniones familiares. El “Corubo” y la “Negra Matea”, como se apodaban recíprocamente, escribieron su historia particular de ocurrencias que culminaron, en su primera parte, con la muerte del manager, por allá por el año 99. 
La interrupción de algún número del desarrollo, Uribante – Caparo puso en desbandada a esa masa trabajadora que tomó sus horizontes y con sus ahorros y beneficios económicos inició sus proyectos particulares. A Oswaldo le correspondió formar su familia y junto a Mara, su esposa, abrirse espacios para procrear a sus hijos y luego sus nietos.
Entre los deportistas, es común oír el deseo de que cuando sobrevenga la muerte, los sorprenda en el espacio donde ha transcurrido la mayor parte de su vida. Al Negro Oswaldo le ha ocurrido justamente la tarde del 15 de julio, en un estadio donde algún fanático ignoraba la fulgurante trayectoria de este baluarte del softbol tachirense.
La tristeza de la noticia no opacará el deseo palpitante de culminarles el relato jocoso de aquel viernes de las trenzas amarradas y los saltitos pertinentes en que Oswaldo pudo conectar dos hits que no evitaron otra caída de la Constructora S.B. “También hay que celebrar las derrotas”, dijo el Manager, al tiempo que extendía la mano para iniciar la colecta.
El flaco Malgarejo se hizo presente en el grupo para retirar la caja e indicar que después de las 12,30 de la madrugada no había más cerveza. Entonces decidimos retornar a San Cristóbal para buscar la revancha.
Esa noche resolví venirme en el Monza recién adquirido por el Negro Oswaldo donde sonaba un repique salsero de Oscar de León. Con el uniforme puesto y sin más atuendos que los de jugar, tomamos la autopista de retorno a la capital. Cuando observé que el Monza se dirigía, a gran velocidad por la Marginal del Torbes, le pregunté al Negrón cual era el plan, entonces me miró de reojo y me dice, “Coño vamos un momentico a saludar a mi mamá”. A lo que pregunté, por la hora, “ Y donde está tu mamá”. Lo que recibí de repuesta fue una sonora carcajada que la voy a recordar toda la vida. “Pues en Caricuao”. A las nueve y media de la mañana estábamos tomando café con su mamá en Caricuao. No, nos habíamos cambiado el uniforme….. 
El sábado 15 de julio se cerró la segunda parte de estas anécdotas que colmaron de felicidad esos espacios de nuestra juventud. El día de su entierro, curiosamente se cumplían 18 años de la desaparición de su yunta.

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