El cuento es de La Grita  y sus personajes
inciertos, razón que nos deja un poco alejados de la picaresca imaginación de
sus protagonistas. Pero igual vale la pena escribir sobre los ingenios de algunos
personajes para salir del atolladero e infortunios que parecen cerrarles la vía
por algunos instantes. 
La cosa fue que el profesor
Rosario, hombres de amplias convicciones, utilizaba su casa para hacer trabajos
particulares a personas que solicitaban sus servicios en las ciencias del
saber. El noble enseñante pasaba gran parte de su tiempo calmando las ansias de
conocimiento que azotaban a los alumnos, siempre empujados por la autoritaria
manía de los maestros de entonces, quienes decidían soberanamente sobre lo que convenía
a sus alumnos, sin que el padre del muchacho pudiera terciar o, al menos decir,
si estaba o no de acuerdo. La  voz y la
acción del maestro era  de  tal autoridad  que si algún mocetón se atrevía a
cuestionarla, era sometido a castigos que rayaban en lo inhumano y lo peor
podía pasarle si el representante 
encontraba rastros de cualquier golpe o una queja del maestro, ahí si
ardía Troya, porque la pasada de rejo, palo, fuete, chuco o cualquier otro
instrumento que sirviera para bajar el estrés de los padres,  llovía a cántaros sobre la humanidad del
pecador. Eran tiempos en que no había tanto científico social  que pronosticara perturbaciones de
personalidad por castigo, ni padre 
dedicado a demandar a un maestro ante la LOPNA , simplemente se asumía
el  cachiporrazo por  una culpa y sabías que si la volvías a
cometer, la “palamentazón” estaba segura. Sin caer en juicios de valor sobre,
si fue mejor  o peor la época que  gustosamente nos tocó vivir, el caso fue que
sobrevivimos y la generación que creció al abrigo de los juguetes tirados por pita,
la rueda y el runche, son hombres de bien, trabajadores y excelentes padres de
familia. 
Volviendo al relato del
profesor  Rosario, se hizo un día en que
sus ocupaciones se habían multiplicado y el desentendido y porfiado  catedrático dejó entreabierta la puerta que
daba exactamente a la calle por donde circulaba la multitud. La casa de altillo
del profe, estaba ubicada a escasos metros de la esquina donde despachaba un
carnicero de ceño severo que acostumbraba llamar a las niñas para ofrecerles
una pipa de mantequilla  que depositaba
en la boca de las infantes, no sin antes pellizcarle  los incipientes promontorios que empezaban a
brotarles en el pecho. Las más atrevidas, que ya sabían como torear el vicio
del meloso pulpero, se le acercaban y le palmeteaban las manos, quitándole la
golosina sin dejar que las ensangrentadas manos se posaran sobre su
jumper.    
Con sus ahorros de enseñanza,
Rosario había adquirido un televisor RCA de 19 pulgadas  donde se
distraía luego de su faenas, invitando a sus amigos para observar las
peripecias del Zorro. El orondo aparato fue ubicado cerca de la puerta de la
calle para que fuera visto con envidia por los vecinos y, otro que tanto  rebuscón. Se dio el famoso  día de todos los cuentos y esa mañana el profe
se distrajo más que nunca en sus tareas de enseñanza, olvidando  cerrar la pequeña verja de metal que separaba
el paso entre el salón y la acera. Por allí 
fue que penetró sigilosamente  el
chorito Ramón  que sin perder tiempo se
mandó el RCA al hombro  abalanzándose  hacia la calle,  en el mismo instante en que el  profesor Rosario retornaba a la sala y le
chiflaba preguntándole  que se le
ofrecía, Ramón, bien entrenado en las lides y marramucias de la vida se volteó
electrizado y sin perder la compostura miró directamente a Rosario a los ojos
para preguntarle con soltura “ Disculpe…aquí es donde arreglan televisores ??”   
El  desentendido maestro se apuró a ayudar a
quien lo estaba robando, haciendo un gesto redondo con su brazo indicándole,
“No señor, aquí  impartimos educación,
pero vea usted, al doblar en esta esquina queda el taller que busca”…Ramón, no
entendió mucho los asomos del profe  ,
pero inmediatamente se perdió por la bajada de la esquina  con su televisor a cuestas. Cuando Rosario se
dio cuenta que algo faltaba en su sala, solo atinó a decir, ese hijoeputa me
jodió, quebrando por primera vez su aplomo y su gramática.  
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