Crónica de la Esquina.
Mantequillo cayó en la
tentación, y de la nada, se armó de cachos, poniéndose las manos
sobre las sienes. Haciendo el gesto de los de casta escarbó en el suelo y arrancó a la cita del trapo descolorido que
se le plantaba enfrente para completar la primera embestida. Simulando ser un
buen ejemplar, giró en redondo para ubicarse frente al diestro que lo volvía a chiflar para
que acudiera nuevamente al tercio de
capote. Se encorvó sobre su cintura y esta vez
dejó caer, aún más, cada uno de sus índices hacia los costados para
hacer más reales los pitones y pasó por segunda vez bajo el tremolante capote al grito del ole de los que veían y se divertían en la esquina, con
las continuas poses de arte, adoptadas
por el “mataor”
Guanaché Canarias quien, a cada pase del
morlaco se extralimitaba golpeándolo con
furia en el lomo, imponiendo el mando del hombre sobre la bestia. Hizo un
molinete, después lo paseó por naturales y lo remató con un pase de pecho,
rodilla en tierra, que el soberano, ya extasiado con las cabriolas de toro y torero, estalló
en aplausos y en vivos saludos de torero, torero. La faena producía furor en los espectadores del pasaje Teófilo
Cárdenas que carecían del más mínimo
recurso para pretender asistir a un
festejo taurino de San Sebastián. De tanto
en tanto Mantequillo agarraba respiración, sacudiéndose las gruesas gotas de
sudor que ya empezaban a resbalar por lo cobrizo de su cara. De repente, uno de los más cercanos a la
faena se le ocurrió pedir cambio de tercio, a lo cual el torero accedió,
pidiendo la imitación del clarinete mientras él preparaba un par de
cañabravas con las que citó al fingido bruto que, como en todos los pases,
acudió presuroso para redondear el
festivo simulacro que ya empezaba a tornarse insulso por las payasadas de
Guanaché Canarias.
Al grito de ehh
toro del “mataor”, siguió un inmenso gemido y luego una sacada de madre fenomenal, salida de lo más profundo
de la garganta de Mantequillo que corcoveaba
para tratar de botar los 2 palos
que le habían clavado a la altura de
las paletas, mientras buscaba en redondo
una piedra para enfrentar al torero. Los pinchazos hicieron revivir el
ánimo de los espectadores que siempre
creyeron que lo de las cañabravas iba a ser simplemente un acto simbólico y no
las heridas por las que chorreaba la
sangre del toro Mantequillo.
La muchedumbre persiguió al torero y al
toro, a lo largo de las 3 cuadras que separaban la imaginada Plaza
Taurina del inmenso sembradío de caña de
azúcar, a un costado del campo
deportivo. Los proyectiles lanzados a la
carrera por el brioso toro, ahora convertido en un persecutor inclemente no alcanzaban a impactar al
torero que, aunque más menudito que
Mantequillo, corría con desesperación para
tratar de ponerse a salvo de los brazos del
Negrón herido.
Tanto Guanaché como
Mantequillo no durmieron en sus casas y
solo fue hasta el otro día cuando se supo que en la madrugada los techos de
zinc donde vivía el torero habían recibido una ración despiadada de piedra
que abrió troneras y estuvo a punto de causar heridas a los hermanitos del “mataor”. Muchos de los vecinos se
atrevieron a culpar a “Mantequillo” que
en su desesperada impotencia, por no dar alcance a “Guanaché”, la había
emprendido a peñonazo limpio contra la casa donde vivía el banderillero. Esas fueron algunas escenas que nos permitimos en nuestra
infancia, a falta de plata y televisión.
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