MUNDIAL SIN TV
Hugo Hernández
Aquella tarde, la
cosa no llegó a mayores, pero ahora que lo recuerdo bien, debo confesar que si el negrón le hubiera metido la mano al apostador
que los dejó sin aparato para ver el resto de los partidos del mundial,
estaba perfectamente justificado, dentro de ese tipo de razones que carecen de sentido común, pero a las que algunos epistemólogos les han encontrado
explicación y nombran con el distintivo
literal de código oculto.
Para la cita
estadounidense, los colombianos gozaban del mayor favoritismo jamás voceado por
los medios de comunicación de todas partes del mundo; y entonces porqué los
Moreno no podían sacarle provecho a la circunstancia producida por Pacho Maturana y el Pibe Valderrama, quienes tenían revolucionado el ya de por sí,
excesivo fanatismo colombiano a cuenta de demostrar que el sistema de moda consistía en jugar a pases cortos, explotando en las 18 las fugaces incursiones de Faustino Asprilla y el
sorpresivo Rincón, junto a las valencias defensivas del inimitable Rene
Higuita.
Con todo ese
panorama a favor, Hernando, el mayor de una familia barranquillera conformada
por 9 enjundiosos trabajadores, que decidieron un día cualquiera cambiar el calor
de la costa por una humilde vivienda
ubicada a escasos metros de un expendio de combustible en la vía que de
San Cristóbal conduce a Cordero, no podía rechazar la propuesta del
grasiento vendedor de chatarras de
Táriba, quien en uno de sus desproporcionados
galanteos a Mercedita, la penúltima de la baraja Moreno, había cometido el atrevimiento de apostarle a
la selección rumana en el primer compromiso que tenían pautado los paisanos en el grupo C, donde también
estaba el anfitrión Estados Unidos y los relojeros catiritos suizos.
“Eeecheee,, ése man
está regalando 500.000 bolos… cómo va a decí que los rumanos nos van a ganá”. Tras este argumento se tranzó la
apuesta, quedando el clan barranquillero
comprometidos a arriesgar el televisor
Panasonic de 27 pulgadas, control
remoto, último modelo, adquirido hacía solo unos días, en un máximo esfuerzo colectivo, con el
fin de ver a la tricolor de su país, erigirse como campeona del 94, contra el medio millón en efectivo que el recogedor de desperdicios, prometió dejar a riesgoso resguardo con la
“Meche”, tres días antes del encuentro, en clara demostración de sus
arrebatos por aquellas nalgas casi perfectas que se movían con diligente atención a la
orden del buen grueso de clientes que
acudían todas las tardes en busca de un
piconcito, mientras atacaban la vitrina
cargada de morcillas, garras, génovas y
cochino oreado.
Las cuentas las
redondeó Hernando, convenciendo a todos sus hermanos con el argumento de que ya
no había que pagar más por la tele. Visto de esa manera cada uno había aportado
20.000 bolívares para la inicial, excepto Mercedita que no tenía mucho tiempo
trabajando.
Y, cada uno
también, se iba a ahorrar la cuota mensual de 30.000, más la letra
extraordinaria de finalización que estaba por el orden de los 15.000 bolívares.
Colombia no perdía contra Rumania, ni con los ojos vendados, por lo que el
aporte de Mechita estaba en permitirle
unos recatados excesitos al chatarrero y no dejar que cambiara de opinión porque así, quedaba el televisor y otro
dinero sobrante para comprar una vitrina
más grande.
Todos se miraron y
asintieron con un consentimiento tan hermético que no quedó espacio a dudas
sobre la seguridad y la confianza que inspiraba el onceno paisa, “si le metimos
5 a Argentina…a esos desconocidos le metemos 8 y ya.. Por eso se propusieron
turnarse, de a uno, cada tarde para esperar al apostador y animarlo a conservar la palabra, so pena de
quedar como un “habla mielda” delante de Mercedita.
La incertidumbre
culminó puntualmente, cuando el mugroso
llegó tres días antes del estreno de la
selección de Colombia, con varios fajos de billetes y los entregó a la risueña
expendedora que lo invitó a sentarse y tomarse una cervecita a cuenta de la
casa, mientras guardaba la voluminosa cantidad en una caja acondicionada con un
candado donde también se introdujo la factura del televisor.
La atención y la
emoción no cabían en la sala hasta el punto que tuvieron que mover de sitio el
calentador con toda su carga de colesterol.
Los hermanos Moreno se tomaron los primeros puestos, teniendo el cuidado
de reservar una silla más junto a la de
Mercedita para Luís el chatarrero, quien había prometido acompañarlos durante
los 90 minutos.
Con frío entusiasmo
entonaron las notas del himno nacional y vieron como sus paisanos se apoderaban
de la pelota nada más sonó el pitazo de inicio. Balonazos fueron y vinieron
hasta que en el minuto 17 Rogelio, el
más conocedor de fútbol de los barranquilleros, lanzó
un silbido timorato ante la falta de empuje del conjunto de Maturana. Los
ánimos de los reunidos empezaron a entrar en crisis cuando al minuto 19 los
rumanos iniciaron lo que a la postre significaría el 3 x1 de la derrota
colombiana.
La tortura terminó
en medio de un vendaval de frases de
todos los calibres que se expandió por
varios minutos a lo largo y ancho de aquel recinto, las cuales sólo fueron
acalladas por el sonido estridente de una corneta que repartía ruidos a diestra
y siniestra en franca celebración.
Los Moreno sabían
que en San Rafael no habían rumanos y que los ruidos sólo podrían provenir del
alebresto del chatarrero con quien resultaron infructuosos los ruegos para que se llevara el televisor
luego de los juegos del mundial.
Ni los susurros
coquetos de Mercedita hicieron que el hombre que a diario la acosaba y que
ahora afirmaba con desparpajada convicción ser especialista de fútbol, evitó el
frenetismo suicida del chatarrero al desenchufar el televisor delante de todos los
Moreno y pedirle a Rogelio que se lo
ayudara a cargar hasta la camioneta.
Colombia quedó eliminada
en la primera fase, en el grupo donde avanzaron Estados Unidos y Rumania, lo
cual evitó una de las 2 cóleras de Hernando al dejar saber, de forma
incomprensible, que menos mal habían
perdido el televisor. La otra fue un poco menos
intensa al estrenarse como tío de un carajito del chatarrero quien
algunos meses después también cargó con su hermanita Mercedita, la mulata de
las nalgas casi perfectas.
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