El tac, tac, tac que se oía en el árbol
hizo que Miguelito volteara y viera el
copete del pájaro rojo que se movía como un martillo, riendo y tratando de
hacer un hueco cerca de las ramas que sostenían los mangos que él venía esperando que se maduraran. Por
momentos Miguelito creyó que podía volar
como las aves para agarrar al intruso que seguía con su tac
tac, pero sus pies solo alcanzaron a
despegar algo del suelo. Frustrado por
la insistencia del carpintero, le
lanzó una piedra que hizo añicos el
ventanal de la vecina y dejó al travieso con la sonrisa de
oreja a oreja como diciéndole: Tu mamá te volverá a castigar por romper la
ventana y amenazar a los pajaritos.