Hugo Hernández
El síndrome de estadio asistido, debería ser el nombre del
fenómeno que sucede cada vez que el Deportivo Táchira logra convocar a un buen
número de asistentes a las gradas y el equipo visitante se queda con la victoria.
Lo sucedido el domingo contra Mineros se ha repetido en muchas oportunidades, cuando el carrusel negriamarillo enfila un rumbo victorioso, lleno de optimismo
por los resultados conseguidos en el
pasado inmediato.
Entonces, tanto el aficionado duro, ese que asiste
consuetudinariamente, aun en los peores trances del equipo, junto al eventual o aluvional, aquel que se arrima por
la taquilla cuando el conjunto aurinegro goza de buena salud en la tabla y
también el pantallero, el que solamente se ve cuando sabe que el caché está en
decir que estuvo el domingo en el estadio, colman el graderío, para vivir la
angustiante pesadilla de ver los gestos de desplante de los jugadores
contrarios celebrando por todo lo alto
la primera conquista de la tarde.
No es cuento la enervación que surge en la base del
cerebelo y se extiende a la lengua
que quiere gritar algo y a los brazos que quieren lanzar algo,
contra esas permisividades
que da el Deportivo Táchira a quien
se supone debe ser el gran sacrificado del circo.
No es nuevo esto de poner la fiesta y que
los visitantes vengan y nos bailen, se cuadren con la quinceañera, nos tomen los tragos
y hasta se coman los pasapalos. Esos son los síntomas del síndrome de estadio
asistido.
Decir que el balón no quiso entrar, que lo delanteros tachirenses estaban nerviosos porque no estaban acostumbrados a jugar con un estadio lleno, que la fortuna
les sonrió a ellos y no a los dueños de casa, son frases trilladas que siempre
ha encontrado acomodo en los espacios de
la derrota tachirense.
Una de las peores
frustraciones que sienten los que van al estadio es observar
la forma alevosa y premeditada utilizada en nuestro fútbol para detener
el ritmo del espectáculo. Simulaciones,
trampas, engaños, retardo en la entrega de los balones, cuando se trata de los
visitantes, son algunas de las cosas que
tienen que soportar las personas que pagan el salario de los
jugadores.
En el partido frente a Mineros, casi apostamos que el
síndrome de estadio asistido llegaría a su final por la cantidad de piezas importantes
contratadas por el carrusel fronterizo para esta temporada. Sin embargo, la
historia volvió a demostrarnos que sabe más el diablo por viejo y Richard
Páez se comió al imberbe.
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