viernes, 24 de mayo de 2013

PENALTY EN EL CIRCULO CENTRAL


PENALTY EN EL CIRCULO CENTRAL

Era un arbitro chiquito en un                           
partido de revancha
aqui está el pito
lo demás quedó en la cancha…
(Es de un escritor que no recuerdo su nombre)

Antonio Chacón era caficultor y le gustaba disfrutar sus días libres mirando los juegos de fútbol en la cancha binacional de Delicias, llamada así para mantener en paz las relaciones internacionales entre colombianos y venezolanos, pues la explanada quedaba exactamente en la línea divisoria de ambos países, dándose el fenómeno de que el arco norte  quedaba en Colombia y el sur en Venezuela. 
Cada  domingo por  la mañana lo asaltaba la pasión de caminar el largo trecho que lo separaba  del promontorio amarillento donde se escenificaban “los mejores juegos de fútbol  del mundo”,  para  sentarse, cerca del kiosko de  cerveza, a ver los encuentros  de la liga municipal  y a  escuchar los comentarios de los que entendían,  mas allá de las patadas y las mentadas de madre,  que se decían  los jugadores.
Para Antonio no había más allá después de  su jornal de trabajo semanal que se resumía en cuidar los cafetos  del viejo Fabian - mascador de chimó y  malas pulgas-  que presumía de sus pimpollos rojos, a los cuales apostaba gritando que eran los más aromáticos de la región. Desde los  fríos  y feos  amaneceres de los lunes, producto de la resaca  de los juegos de fútbol dominicales, Antonio se dejaba caer sobre cada arbusto y procedía a librarlo de las pestes, los insectos  y las malas corrientes de la montaña. Taciturno, casi imperceptible, les iba narrando a los arbolitos, las jugadas  de la jornada dominical, destacando los goles, con un gritico ahogado,  hacia adentro  de su estómago…“gooolll” de Ragonvalia, “Gooooooooll del bombillo Heriberto” y , así continuaba su monologado espectáculo hasta sentirse bien retirado de la casa y de la mirada de Don Fabian. Una vez, bien adentro de los cafetales, el brasero bienportado iniciaba  el segundo tiempo, sin dejar un momento de trabajar. Su delgada figura se contorsionaba alrededor de cada rama, mientras sus manos no paraban de revisar los frutos rojos. Entrelazaba las piernas repetidamente copiando las fintas de sus visiones. De repente se llevaba la mano a la boca y pitaba una falta en contra del viento. El mismo mandaba a reanudar la acción. Antonio narraba, jugaba, pitaba y aplaudía, todo a la vez, frente a ese público verde y hojeado que lo escrutaba y agradecía sus cuidados.  Quizás, por ese fervor,  no entendió mucho la golpiza que mantenía al bodeguero Agapito al borde de la muerte, al ser embestido por la turba de jugadores de Herrán  cuando éste hizo sonar el silbato enérgicamente en el círculo central del terreno y se encaminó resueltamente hacia la portería del equipo visitante extendiendo su dedo índice en dirección de la mancha de cal que señalaba el punto penal. Los jugadores del “Independiente Delicias”,  tampoco atinaban a adivinar que era lo que pitaba el señor  Agapito, quien los  domingos dejaba la bodega al cuidado de su mujer y se trajeaba de negro para  ejercer la autoridad en el campo de fútbol. La tensión se hizo insoportable y los jugadores de  ambos equipos esperaban la última palabra del bodeguero. Sabían que el entrecejado mediocampista de Herrán había golpeado con el codo al “zurdo Gabriel”, cuando el habilidoso ariete le había dejado con las piernas abiertas, en los  predios del círculo central, pero, el juez decidió que era penalty. Agapito pidió el balón, lo estrujó entre su antebrazo y el redondel de grasa que rodeaba su cuerpo y en trotecito  se dirigió hasta la  mancha  de cal para  comprobar los 12 pasos que separan el punto,  de la raya de meta. Estiró el paso y contó uno, dos….Antonio, alzó la cabeza desde el kiosko de las frías para tratar de saber a que se debía el entresijo de manos que se empezaron a mover  alrededor del cuerpo del bodeguero, antes de que éste marcara el tercer paso. Los dos policías encargados de la seguridad  del lado venezolano, no se atrevían a parar  la golpiza debido a que la misma se había producido del  lado colombiano.
Agapito superó el coma y se incorporó a su bodega luego de 5 meses de convalecencia. El uniforme negro de Agapito fue donado por su mujer para vestir  un año viejo. La pregunta obligada de porqué había pitado el penal fuera del área de las 18, no fue  respondida  sino hasta 4 años después, en el cumpleaños de su nieta, cuando en medio de la borrachera balbuceó ..jueputa porque le pegó muy duro al pelao…

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