PENALTY EN EL CIRCULO CENTRAL
Era un arbitro
chiquito en un
partido de
revancha
aqui está el pito
lo demás quedó en
la cancha…
(Es de un escritor que no recuerdo su nombre)
Antonio Chacón era
caficultor y le gustaba disfrutar sus días libres mirando los juegos de fútbol
en la cancha binacional de Delicias, llamada así para mantener en paz las
relaciones internacionales entre colombianos y venezolanos, pues la explanada
quedaba exactamente en la línea divisoria de ambos países, dándose el fenómeno
de que el arco norte quedaba en Colombia
y el sur en Venezuela.
Cada domingo por
la mañana lo asaltaba la pasión de caminar el largo trecho que lo
separaba del promontorio amarillento
donde se escenificaban “los mejores juegos de fútbol del mundo”,
para sentarse, cerca del kiosko
de cerveza, a ver los encuentros de la liga municipal y a
escuchar los comentarios de los que entendían, mas allá de las patadas y las mentadas de
madre, que se decían los jugadores.
Para Antonio no
había más allá después de su jornal de
trabajo semanal que se resumía en cuidar los cafetos del viejo Fabian - mascador de chimó y malas pulgas-
que presumía de sus pimpollos rojos, a los cuales apostaba gritando que
eran los más aromáticos de la región. Desde los
fríos y feos amaneceres de los lunes, producto de la
resaca de los juegos de fútbol
dominicales, Antonio se dejaba caer sobre cada arbusto y procedía a librarlo de
las pestes, los insectos y las malas
corrientes de la montaña. Taciturno, casi imperceptible, les iba narrando a los
arbolitos, las jugadas de la jornada
dominical, destacando los goles, con un gritico ahogado, hacia adentro
de su estómago…“gooolll” de Ragonvalia, “Gooooooooll del bombillo
Heriberto” y , así continuaba su monologado espectáculo hasta sentirse bien
retirado de la casa y de la mirada de Don Fabian. Una vez, bien adentro de los
cafetales, el brasero bienportado iniciaba
el segundo tiempo, sin dejar un momento de trabajar. Su delgada figura
se contorsionaba alrededor de cada rama, mientras sus manos no paraban de
revisar los frutos rojos. Entrelazaba las piernas repetidamente copiando las
fintas de sus visiones. De repente se llevaba la mano a la boca y pitaba una
falta en contra del viento. El mismo mandaba a reanudar la acción. Antonio narraba,
jugaba, pitaba y aplaudía, todo a la vez, frente a ese público verde y hojeado
que lo escrutaba y agradecía sus cuidados.
Quizás, por ese fervor, no
entendió mucho la golpiza que mantenía al bodeguero Agapito al borde de la
muerte, al ser embestido por la turba de jugadores de Herrán cuando éste hizo sonar el silbato
enérgicamente en el círculo central del terreno y se encaminó resueltamente
hacia la portería del equipo visitante extendiendo su dedo índice en dirección
de la mancha de cal que señalaba el punto penal. Los jugadores del
“Independiente Delicias”, tampoco
atinaban a adivinar que era lo que pitaba el señor Agapito, quien los domingos dejaba la bodega al cuidado de su
mujer y se trajeaba de negro para ejercer la autoridad en el campo de fútbol. La
tensión se hizo insoportable y los jugadores de
ambos equipos esperaban la última palabra del bodeguero. Sabían que el entrecejado
mediocampista de Herrán había golpeado con el codo al “zurdo Gabriel”, cuando
el habilidoso ariete le había dejado con las piernas abiertas, en los predios del círculo central, pero, el juez
decidió que era penalty. Agapito pidió el balón, lo estrujó entre su antebrazo
y el redondel de grasa que rodeaba su cuerpo y en trotecito se dirigió hasta la mancha
de cal para comprobar los 12
pasos que separan el punto, de la raya
de meta. Estiró el paso y contó uno, dos….Antonio, alzó la cabeza desde el
kiosko de las frías para tratar de saber a que se debía el entresijo de manos
que se empezaron a mover alrededor del
cuerpo del bodeguero, antes de que éste marcara el tercer paso. Los dos
policías encargados de la seguridad del
lado venezolano, no se atrevían a parar
la golpiza debido a que la misma se había producido del lado colombiano.
Agapito superó el
coma y se incorporó a su bodega luego de 5 meses de convalecencia. El uniforme
negro de Agapito fue donado por su mujer para vestir un año viejo. La pregunta obligada de porqué
había pitado el penal fuera del área de las 18, no fue respondida
sino hasta 4 años después, en el cumpleaños de su nieta, cuando en medio
de la borrachera balbuceó ..jueputa porque le pegó muy duro al pelao…
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