CRONICA
DE TORERO CON FUTBOLISTAS.
I
Como la poesía no es de quien la hace, sino de quien la
necesita, creo que los cuentos también cumplen con la regla de ese aforismo y
éste, de torero con niños futbolistas, que me contó Oscar Agudelo, en una tarde de esquina
puenterrealera, cuando las podíamos disfrutar, me parece un exquisito salto de imaginación, de esos que tanto
abundan en los coloquios de los desocupados.
La cosa fue que la plaza estaba bullente y, como es natural, en esta clase de exacerbaciones,
no cabía ni un periodista acreditado. Dos cornicachos habían sido lidiados y
los bichos no dieron la bravura que, de ellos, decía el dueño de la ganadería.
El Quike, diestro “mataor”, había estado observando las
goteras que se dejaban colar en cada uno de los espectáculos anteriores. No se
había repartido suerte, como interesadamente
se dicen los matadores, antes de entrar al ruedo y, la oportunidad, permanecía
intacta para jugárselas a fondo con su tercero de la tarde.
Había traído de España un traje de luces de grana y oro que
lo mantenía más rígido de lo necesario y sólo se había movido de su burladero
para hacer cambiar de dirección al segundo toro que, luego de la picada, se
hizo tan manso que se sentó al lado de la puerta de cuadrillas a esperar que le
abrieran.
II
Frente a la plaza de torería se hacían los juegos de fútbol
de los niñitos del orfanatorio y como era día de fiesta, todos habían ido y se turnaban de 6 en 6. El equipo que metía
el gol se quedaba y el otro era remplazado por el que le tocaba el turno.
Miguelito había conseguido que su
madrina le regalara un balón de futbolito, de esos de plastigoma, que
rebotan alto. Era el único que estaba autorizado, por orden de posesión, a
permanecer en el terreno de juego, aun si su equipo perdía. Todos
apostaban a que ganara el equipo de Miguelito
porque de lo contrario, cualquiera de
los 6 afiebrados en espera, podía alargar sus ansias de entrarle a la terraza pedregosa de tierra amarillenta que
había estado esperando cemento, hacía ya varios años, por los tradicionales
saltos de presupuesto que se tapan las autoridades municipales, so
pretexto de atender las prioridades del pueblo.
III
Una vez, arrastrado el segundo de la tarde, “ El Quike” se
apresuró a colocarse la montera y a tomar el capote con los puños muy juntos.
La ansiedad lo consumía y ya su sentido
del temor se había evadido del redondel.
Sus pies aplastaban cada grano de arena,
tratando de hundir aun más sus convencimientos de que la tarde estaba hecha a
su medida. Oyó clarines y timbales, sin apartar la vista del hombre vestido de
negro que ya daba media vuelta para darle paso al toro. Asintió un gesto de aprobación cuando vio la primera
carrera del cenizo e, inmediatamente fue a cerrarle el paso, desplegando la
gruesa tela amarillo y fucsia que hizo
templar de adelante hacia atrás, con graciosa
picardía. El toro no faltaba a la cita. Por donde lo citaba “El Quike”,
ahí estaba el astado, de forma inteligente, alargando su existencia. Los
tendidos se entregaron a los designios de “El Quike”, con el famoso grito de
torero, torero y, ya
clamaban por los acordes desafinados de los músicos que permanecían alertas,
esperando la orden del presidente de la comisión.
IV
El equipo de Miguelito perdió una vez más, y entraron los 6
que esperaban. Debían escoger quien le
cedía su lugar al dueño del balón y esto no fue muy difícil decírselo a Rufo, un caricolorado, rodillijunto estimado por sus
mejores dotes para limpiar los baños del orfanatorio pero, injustamente señalado como culpable de haber provocado la caída de su 6, al
permitir un gol a boca e jarro, en el juego anterior. Un dedo torcido del
arquero titular le permitió a Rufo tomar su puesto, luego de 7 minutos de
intensa brega. Todos se quedaron perplejos cuando el caricolorado tomó el balón y sacó con tal fuerza que la
rebotina se elevó a gran altura, por encima del arco contrario en dirección a
la plaza de toros, sobrepasando por
amplio margen el tendido de sol, perdiéndose de la vista furiosa de los pequeños futbolistas.
V
El toro recibió en los belfos el impacto de la pelota, luego
de salir de un templado de pecho que “El Quike” le ofreció a la encendida tribuna, con un rabioso
desplante. Había superado con inusitado éxito los 2 tercios anteriores y ya los
pañuelos blancos empezaban a pendular en lo alto de la plaza, en reclamo del
perdón supremo para el bravo bovino.
“El Quike”, siempre pendiente de la faena, hizo un gesto a
sus subalternos para que sacaran la pelota del ruedo, cuestión que los
barrigones trataban de hacer, mostrándole
un bosque de muletas al cuadrúpedo que jugueteaba con la redonda por toda la extensión del coso. Cesó la música, se oyeron los tres anuncios y junto a los subalternos se unió “El Quike”, sus compañeros de tarde, los
picadores, las candidatas, uno que otro narrador taurino
y, sin embargo, no pudieron persuadir al
torito para que volviera a la faena. La comisión taurina decidió que el bravo
cenizo, que seguía embistiendo la pelota, se fuera a los corrales y multó a “El Quike”
que estaba hecho una fiera, inquiriendo por el
desafortunado que se había atrevido a
arruinar la mejor tarde de su vida.
VI
Unos topetazos consecutivos en el inmenso portón que da a las afueras de la plaza
hicieron que el celador abriera y viera a
una cantidad de carajitos sudorosos preguntando
por una pelota que había sido pateada por Rufo, el caricoloradito. Al oír la
petición, el celador salió corriendo en busca del torero quien llegó presuroso,
echando chispas, blandiendo el balón entre sus manos. Antes de que “El Quike”,
dijera algo, Miguelito se adelantó y le pidió que le devolviera el balón que le
había regalado su madrina. El diestro “mataor”, venido de la madre patria en
traje de grana y oro, explotó con toda
clase de insultos y ante la mirada atónita de los chavales, perforó el balón
con un cuchillo y remató diciendo “andá a que te lo devuelva tu madre, o tu madrina te de otro” y
dio media vuelta. Miguelito, viendo el espectáculo y la furia del torero le
repostó con más sentimiento que ingenuidad“ Esta bien, quédese con el baloncito, pero cuando un toro caiga allá en la cancha, tampoco se lo devolvemos”.