El turpial voló y se posó en lo alto del árbol que hacía
sombra a quienes disfrutábamos la cortesía de la familia Hernández, extensión
Chucho, quien, en una de las celebraciones de Rubio, nos había invitado a comer
una exquisita cachama, pescada por él mismo en una de sus escapadas rio abajo.
El pajarito en cauterio, desde hacía más de 5 años agradeció
con un sobrevuelo y un guiño, el gesto libertario de dos de los cinco invitados
que, por un momento, se habían quedado solos, al lado de la jaula donde cantaba
y revoleteaba la mascota que por las mañanas despertaba con su fino trino la
alegría de aquella familia.
Pepito, Pepito, gritaron los dueños de la casa, con gesto
compasivo, tratando de atajar el vuelo definitivo del turpial. Pero este,
mostrando el dedo más largo, emprendió veloz retirada, perdiéndose entre los
follajes, dejando la frustración y la tristeza viva de Chucho y su esposa que
disimuladamente buscaban entre el par al culpable de la huida.
La celebración que hasta esos momentos había sido amena y
cordial, empezó a tornarse ácida e incómoda, con acusaciones veladas, de lado y
lado.
El, Yo no fui, y el yo tampoco, sustituyeron los cuentos de
pesca de Chucho y las comparaciones estrafalarias que surgían entre los
personajes citados a degustar el manjar sazonado con suma delicadeza por
Victoria.
“Si yo estaba sentado en esta silla que está lejos de la jaula,
como voy a ser el culpable que pepito se haya salido”, replicaba el sonriente
Pablo viejo, sobre quien pesaba el más alto grado de culpabilidad, pero que,
igual, se mostraba como el más habilidoso para despejar la duda.
“Fue él”, afirmaba taxativo, mientras destapaba otra cerveza
y se arrellanaba en la silla alta de mimbre que Victoria le había ofrecido para
paliar sus dolores de espalda.
La fuga del turpial es uno de los cangrejos de la crónica
familiar aun no resueltos y aceptados dentro del clan de los Hernández. En cada
reunión o celebración surge el comentario y la duda de quien de los
involucrados pudo haber corrido el cerrojo para que pepito alzara vuelo.
El sábado pasado, fecha agosto de 2022, Pablo Viejo cumplió
80 años y sus hijos le brindaron el merecido reconocimiento por llegar a esta
edad en tercera base y bateando de séptimo en el equipo Pirámide que
juega en la categoría senior del Centro Latino.
Volamos bajo por los años de la infancia, sus logros
deportivos, profesionales y sus andanzas de Don Juan. Todo marchó con
aceptaciones, culpas, satisfacciones y estadísticas familiares hasta que
aterrizamos en la pregunta de rigor, ¿ Pablo, porqué soltó a pepito?. La interrogante
lo dejó pensativo, hurgando en los sinfines de la memoria. La reacción, 35 años
después, fue idéntica a la de aquella tarde en un patio de Rubio… Toche fue
usted…