jueves, 25 de agosto de 2022

El Cangrejo de Pablo Viejo y El Turpial

 

El turpial voló y se posó en lo alto del árbol que hacía sombra a quienes disfrutábamos la cortesía de la familia Hernández, extensión Chucho, quien, en una de las celebraciones de Rubio, nos había invitado a comer una exquisita cachama, pescada por él mismo en una de sus escapadas rio abajo.

El pajarito en cauterio, desde hacía más de 5 años agradeció con un sobrevuelo y un guiño, el gesto libertario de dos de los cinco invitados que, por un momento, se habían quedado solos, al lado de la jaula donde cantaba y revoleteaba la mascota que por las mañanas despertaba con su fino trino la alegría de aquella familia.  

Pepito, Pepito, gritaron los dueños de la casa, con gesto compasivo, tratando de atajar el vuelo definitivo del turpial. Pero este, mostrando el dedo más largo, emprendió veloz retirada, perdiéndose entre los follajes, dejando la frustración y la tristeza viva de Chucho y su esposa que disimuladamente buscaban entre el par al culpable de la huida.

La celebración que hasta esos momentos había sido amena y cordial, empezó a tornarse ácida e incómoda, con acusaciones veladas, de lado y lado.

El, Yo no fui, y el yo tampoco, sustituyeron los cuentos de pesca de Chucho y las comparaciones estrafalarias que surgían entre los personajes citados a degustar el manjar sazonado con suma delicadeza por Victoria.

“Si yo estaba sentado en esta silla que está lejos de la jaula, como voy a ser el culpable que pepito se haya salido”, replicaba el sonriente Pablo viejo, sobre quien pesaba el más alto grado de culpabilidad, pero que, igual, se mostraba como el más habilidoso para despejar la duda.

“Fue él”, afirmaba taxativo, mientras destapaba otra cerveza y se arrellanaba en la silla alta de mimbre que Victoria le había ofrecido para paliar sus dolores de espalda.

La fuga del turpial es uno de los cangrejos de la crónica familiar aun no resueltos y aceptados dentro del clan de los Hernández. En cada reunión o celebración surge el comentario y la duda de quien de los involucrados pudo haber corrido el cerrojo para que pepito alzara vuelo.

El sábado pasado, fecha agosto de 2022, Pablo Viejo cumplió 80 años y sus hijos le brindaron el merecido reconocimiento por llegar a esta edad en tercera base y bateando de séptimo en el equipo  Pirámide que juega en la categoría senior del Centro Latino.

Volamos bajo por los años de la infancia, sus logros deportivos, profesionales y sus andanzas de Don Juan. Todo marchó con aceptaciones, culpas, satisfacciones y estadísticas familiares hasta que aterrizamos en la pregunta de rigor, ¿ Pablo, porqué soltó a pepito?. La interrogante lo dejó pensativo, hurgando en los sinfines de la memoria. La reacción, 35 años después, fue idéntica a la de aquella tarde en un patio de Rubio… Toche fue usted…           

miércoles, 18 de agosto de 2021

LA RECTA DE APOLONIO: CUANDO LA TRAGEDIA APARECE EN LA CURVA

La escena se desarrolla, a las afueras de un centro asistencial de San Cristóbal, Venezuela. Son aproximadamente las 9,30 de la mañana y el tímido sol matutino ha empezado a calentar la parte interna de los músculos que han permanecido rígidos a causa del intenso frío que baja desde las altas montañas que rodean a la ciudad  y hacen más intenso el hielo de la  madrugada andina.

Sobre la baldosa que conecta con la sala de emergencias del gigante nosocomio descansan varios cuerpos, que se  apretujan entre si, para soportar la baja temperatura. Palpar algo más blando que no sean los cartones que les sirven de dormitorio, obliga a los hombres y mujeres a tomar toda clase de posturas, mientras esperan noticias sobre los familiares ingresados a causa del choque de hace tres días. 

Entre quienes tienen días esperando por el capitán de la Guardia Nacional se encuentra Keily Abreu, una de las sobrevivientes del accidente del camión militar. A la mujer le informaron que su hija, Carlys Pérez había fallecido hacia las horas de la madrugada, víctima de las heridas sufridas al momento en que el pesado herraje del convoy se incrustó en su cuerpo.

Keily pensó que sus oraciones servirían para atajar la tragedia que se había ensañado contra su pequeña familia de apenas tres miembros, pero, el parte médico, que poco sabe de milagros, se limitaba a indicar la realidad. Carlys resistió hasta que su cuerpecito se rindió a las profundas heridas que le negaron seguir en esas inexplicables caminatas milkilométricas en las que se han visto involucrados millones de  venezolanos en los últimos años.

Carlys iba junto a su madre y en el primer impacto del camión contra el cerro pudo aferrarse, pero inmediatamente se produjo el volcamiento que la proyectó hacia los soportes de metal que le rasgaron la piel y acabaron con los cuentos de héroes y villanos que su padre le relataba en esas duras y calurosas jornadas, cuando el asfalto se hacía interminable en el horizonte y ella lanzaba bostezos de hambre y sed sobre los hombros de su caballito de luces.

Su padre Jahn Carlos fue de los primeros en sucumbir al accidente. Fue uno de los últimos en trepar al camión 5 kilómetros antes, por lo que se encontraba más próximo a la portezuela, precisamente del lado que escogió el chofer para chocar contra la montaña. El golpe lo lanzó de cuajo a la carretera, sin permitirle decir a Carlys quien era el que se disfrazaba de lobo para atormentar a las niñas del bosque. 

Eso lo supo Keily tras reponerse del estruendo y tropezar, en medio de la oscuridad ,con algunos cuerpos inertes, entre ellos el de su esposo. Los gritos de los heridos la orientaron en busca de Carlys a quien encontró, luego de algunos rodeos.  La palpó en el pecho y supo que todavía tenía otra oportunidad. Como pudo, se mantuvo expectante por el arribo de la ayuda que no llegaba. No tenía tiempo para llorar a Jahn, La vida de su hija dependía de la rapidez conque llegaran los auxilios. 

Apartaderos, como su nombre lo indica, es un pequeño caserío separado de las capitales de los municipios Capacho y Bolívar. Para llegar hasta el punto donde ocurrió la tragedia hay que recorrer 15 kilómetros de pronunciadas curvas y peligrosos riscos que dificultan el traslado. Es una zona fría sin servicios primarios de atención.

Las luces intermitentes de una destartalada ambulancia sacó a Keily de su angustioso trance. Su grito pidiendo ayuda para su hija apartó la oscuridad y descorrió la entereza que hasta ese momento había guardado en lo más profundo de sus convicciones. El sueño de un mejor futuro para su familia estaba esparcido en unos cuantos metros de un lugar sombrío, desconocido. Había tomado la decisión de acompañar a su esposo y en un pestañeo lo había perdido.

Sobre el asfalto también quedaron las ilusiones de Jhan, su empeño porque su hija tuviera lo necesario para crecer con mejores oportunidades. No aspiraba a lujos, simplemente quería que no le faltara su alimentación y no estar pariendo todos los días para comprar una harina. Con esa convicción viajó a Colombia, reunió lo de regresar con su familia y aceptó una cola en un convoy militar que 5 kilómetros más abajo se estrelló contra un cerro y lo proyectó contra el asfalto donde quedó tendido, sin poder reclamar el morral, los botellones de agua que había cargado por más de 600 kilómetros por las carreteras de Venezuela, con su hija a cuestas, tratando de escapar de un país donde sus gobernantes no saben donde queda la Recta de Apolonio. 

Tampoco quieren saber que Keily tuvo que esperar otros dos días para que el capitán de la guardia se apareciera con un transporte y unos panes embadurnados de promesas que los dejaron 6 días a la intemperie, sin más protección que la caridad de la gente. 

Keily regresó a la Recta de Apolonio con la tragedia a cuestas, la misma que han cargado  los familiares que vieron perder a sus seres queridos en el mar de Falcón, de Sucre  y en los pasos fronterizos del Zulia, Amazonas, Bolívar, Tàchira, Apure. Las causas han sido las mismas, los culpables igual.  

jueves, 23 de mayo de 2019

OSCAR NO ENTRÓ AL SALÓN DE LA FAMA

Somos del deporte y hacia ese cosmos vamos. Nadie ha regresado del otro lado del túnel para contarnos si es verdad que hay vida y conciencia después del último suspiro. Algunos dicen que si, pero no ha sido una verdad tan taxativa como para que no queden dudas. Por eso, preferimos seguir pensando que la muerte es la ausencia de vida. 
Este jueves nos llegó la noticia de que el roble Oscar Rondón había fallecido y no quise sorprenderme, aunque su hijo me había confiado dos días antes que se recuperaba satisfactoriamente, dejando entender que solo dependía de un marcapasos su retorno a San que Cristóbal. 
Oscar es un buen tema para un escrito. Lo es porque conversamos muchas horas. El pensaba que yo no era bueno en lo que hago y yo, a menudo bromeaba con el sobre el curso de su vida. Era un diplomático, pocos tienen esa característica, él la tenía. 
Uno de nuestros asuntos favoritos era el no estar de acuerdo el uno con el otro. Nos divertía diferir de opiniones en cuanto a política, deportes, personalidades, métodos y otra cantidad de temas. 
Donde lo dejaba andar a sus anchas era en las anécdotas y en las historias de San Cristóbal. Ahí era un docto, una especie de relator especializado. Cuando sentía que la discusión había ido demasiado lejos, me amenazaba con contarme, una vez más, el out de callo. Era una jocosidad que, según él, sucedió en un campeonato nacional de béisbol. “Alguien que le habían extirpado un callo en el pie izquierdo dio un tubey, y otro alguien a la defensiva lo sabía. Lo único que hizo fue darle un guantazo encima del pie y al sentir el dolor abandonó por unos segundos el contacto con la almohadilla. El umpire decretó el out al ver que el corredor no estaba haciendo contacto. Oscar decía que, desde entonces, se decretó oficialmente el out de callo. 
“Usted sabe que los administradores son como los que hacen gárgaras. Algo se les pasa”, lo decía socarronamente y con esa voz grave que confundía a cualquiera que no lo conociera. 
Trabajamos en el IND ad honorem, luego en los procesos de descentralización del deporte donde estuvo muy activo. Formó parte del directorio del Instituto del Deporte Tachirense, institución que se formó producto de los planes de descentralización que se adelantaron en el año 96. Ese mismo año acudimos a los Juegos Nacionales de Trujillo, donde nos esmerábamos porque la situación económica y deportiva del Táchira nos afectara lo menos posible. 
Casi siempre estuvo en las delegaciones regionales a los Juegos Nacionales. Cualquier función desempeñaba, con tal de vivir de cerca la actuación de nuestros atletas. 
Muy pocas veces nos ocupamos de conversar sobre su fase de deportista. Nunca le pregunté si estuvo en Grandes Ligas, que posición jugó o, que le truncó su llegada. Prefería hablar de sus peripecias en las reivindicaciones de los entrenadores. Su papel en el Colegio de Entrenadores de Venezuela. Ahí, se daba como pez en el agua. 
Su pasión: el béisbol, la Tere, sus hijos y el deporte. Digo, deporte porque el béisbol era un elixir, el oxígeno que le impedía el aburrimiento y los estados de postración. 
Sus últimos años los dedicó a impulsar la apertura del Salón de la Fama del Deporte Tachirense. Ahí hubo alguna polémica por las posiciones divergentes que manteníamos. La Fundación Héroes del Deporte del estado Táchira fue su refugio final, desde donde puso todo su empeño y sus energías por lograr hacerse un lugar al lado de los inmortales del deporte regional. 
Las cosas se trancaron y finalmente quedó postergado su ascenso al pretendido salón. 
Decir que estamos en el 9no inning significa que las cosas están llegando al final. Días atrás hablé con Oscar y me dijo que jugaba el noveno fácil y que si había que salir para extrainning estaba listo. Eran las fanfarronadas que acostumbrábamos a celebrar en nuestras tardes de velódromo y villas del IDT en donde transcurrieron sus mejores años. Desde esta ventana hemos visto algunas cosas. Mis condolencias a Doña Tere y a Oscarcito que por ahí nos vemos..

domingo, 14 de octubre de 2018

RECADO A MAMITA CRISTINA

PREFACIO.. Hoy, 14 de octubre de 2018, dejo constancia que después de preguntar e indagar en muchos papeles, encontré las letras que desde el 2012  estuve buscando en cualquier dispositivo para plasmarlo en este block, que sirve de válvula de escape a nuestro empeño de escribir algo. Lo encontré fácil. Solo pregunté al buscador de mi correo y ahí apareció. Cosas que uno no entiende...
Pero, como lo encontré, lo agrego...




Me tocó que buscar las líneas que le escribí a la vieja Catalina para no repetir las frases que leímos en presencia tuya, aquel diciembre del 2008. Era una prosa en resumen de las cosas y vivencias que rodearon la vida de nuestra querida nona… sí… tu mamá, la que te siguió a todas partes con esa carga de muchachos. Esa noche soñaste con ella y al otro día estuviste radiante de alegría porque, a pesar de la bullaranga de cualquier 24 o 31 de diciembre, habías logrado hablar con la vieja Cata, a través de ese contacto mágico de la imaginación. Ese tip no lo sabía mucha gente, pero me tocó  escribirlo este jueves cuando ya te había visto allí puesta sobre esa sala, recibiendo lo que sembraste durante toda tu vida. Te vi serena, tranquila, más bien algo pintada para la ocasión. No me atreví a decirte nada por lo de las cejas y el perfume porque estabas profundamente dormida. Tal vez, abriéndote paso, entre esa gran multitud que acudió a recibirte, igual como te lo leías cada mañana, cuando repasabas las lecturas de tus libros sagrados.
Así se consumieron tus 81 años, llenos de ajetreos, de responsabilidades cumplidas, de amores dispersos, teniendo como premisa hacer el bien, sin importar a quien. Por eso tu casa, después el apartamento, se convirtió en el sitio obligado de citas de quienes querían reír y desahogar su espíritu. Ahí estaba siempre “Mamita Cristina”, presta a ponerles el hombro o a dar un mendrugo de pan por la ventana, al desasistido del día.
 Y, si de  tirar  piedritas era el asunto, entonces recurrías a tu variado repertorio de píldoras que muchas veces ponían de sobresalto a los descarrilados.
Si, mami,… esa es un poco parte de esta historia que hoy se cierra y nos deja huérfanos de tu presencia pero con la imborrable huella de unión y de paz  que siempre irradiaste entre los tuyos.  Como ya  sabes, hablaremos de ti el tiempo que nos queda para  conocer más de tu sencilla manera de entender la vida. Gracias por ese ejemplo de mujer. Estoy seguro que si la humanidad conociera de lo que fuiste capaz de construir hoy se derramara una lágrima colectiva por esta irreparable perdida. Chao Mama….

lunes, 30 de julio de 2018

EL PÁJARO CARPINTERO


El tac, tac, tac que se oía en el árbol hizo que Miguelito volteara  y viera el copete del pájaro rojo que se movía como un martillo, riendo y tratando de hacer un hueco cerca de las ramas que sostenían los mangos que  él venía esperando que se maduraran. Por momentos Miguelito  creyó que podía volar como  las aves  para agarrar al intruso que seguía con su tac tac, pero sus pies  solo alcanzaron a despegar algo  del suelo. Frustrado por la insistencia del carpintero,  le lanzó  una piedra que hizo añicos el ventanal de la vecina y dejó al travieso con  la sonrisa de oreja a oreja como diciéndole: Tu mamá te  volverá a castigar por romper la ventana  y amenazar a los pajaritos.   

martes, 31 de octubre de 2017

COSAS QUE AUN SORPRENDEN

Hugo Hernández. 
31 de octubre de 2017
De las cosas que todavía sorprenden salió el taxi, en la noche de la Francisco de Miranda. Al volante, un poco agazapada en su asiento estaba una mujer joven ofreciendo llevarnos al Centro Comercial que le indicamos. La poca luz que destilaba del poste, no dejaba ver toda la asombrosa escena de aquella mujer amamantando a su crío, mientras trataba de convencernos  de que lo que estamos presenciando no era una imagen ficticia, ni  ardid  alguno de ladrón. 
Su mirada suplicante indicaba que efectivamente podía llevarnos al Centro comercial, sin menoscabo de su condición de madre y la de su bebé de aproximadamente 5 meses, que ya lo separaba de su pecho para posarlo en el portátil para niños  reposado en la parte posterior de aquel twingo rojo. 
Más que necesitados de llegar antes del cierre al Centro Comercial, para lo que faltaban, apenas 20 minutos, decidimos correr el riesgo de aceptar el servicio y someternos a sus condiciones por la necesidad de la impronta. La muchacha giro sobre si y dejó al niño en la parte posterior, seguidamente abrió la puerta del copiloto y casi de inmediato abrió la suya para invitarme a entrar al puesto de atrás. 
En cuestión de décimas de segundo pasé de un improvisado turista que acompañaba a su hija a realizar una compra compulsiva en un Centro Comercial en la zona de Las Mercedes, a ejercer el papel de cuidador de bebés en la capital de Venezuela donde todo el mundo anda en labores de rebusque. 
“Tranquilo, que ese está acostumbrado”, me advirtió la madre conductora, al tiempo que aplicaba los frenos de su coupé para evitar encontrarse de frente con un vehículo que marchaba en reversa. Al contrario de todos los habitantes de este país, nuestra compañera no profirió el acostumbrado “Coño de tu Madre”, y dirigió su mirada hacia mi pequeño acompañante que iba en descenso rápido hacia el piso del automóvil.
Como pude, logré sujetar el portabebé que se deslizó violentamente por el pequeño espacio entre el respaldo del puesto delantero y el asiento. En un acto reflejo atrapé la cabeza del bebé, evitando un golpe seguro contra el piso. “Pero de verdad que no llora”, le dije sorprendido de la tranquila madre que, como si nada, cambió la velocidad y se adentró por la amplia avenida del este para llevarnos a nuestro destino.
“Trabajo hasta las 6 y luego salgo a ver que me levanto para poder alimentar a mi familia”. “El sueldo alcanza solo para comprar algo de pañales y leche, todo revendido porque nada se encuentra”. 
La mayoría de venezolanos tienen que realizar actividades extras a su trabajo para compensar el alto costo de la cesta básica. Ya ponen en riesgo la vida de sus hijos y la suya propia, con tal de mitigar la peor crisis económica que vive el país que mayores reservas petroleras posee en el mundo.

martes, 17 de octubre de 2017

ENTRE LOS TOREROS

Texto de EL País (España) 20 de junio de 2016
Por Jan Martínez Ahrens

Entre los toreros, morir es tener un día sin suerte. Para Rodolfo Rodríguez, El Pana, fue lo contrario. A las 18.45 del jueves, en el octavo piso del Hospital Civil de Guadalajara (México), el matador tetrapléjico vio cumplido su último y más íntimo deseo: abandonar este mundo. Lo hizo a los 64 años, inmóvil, sin poder respirar por sí mismo, pero rodeado de su familia y de personal médico. En el trance, no recibió ayuda. O eso dice el parte oficial. Sufrió un agravamiento de su neumonía y un deterioro súbito de su estado; luego sobrevino un paro cardiaco y todo terminó.

La muerte fue su victoria. No por esperada, menos cruel. Todo se torció el pasado 1 de mayo, cuando el destino cruzó con él en una plaza de Durango. El segundo toro, de nombre Pan francés, le embistió. El Pana voló y, en su caída, quedaron fulminados 37 años de luces y penas.

De la plaza salió quebrado. Los médicos le diagnosticaron una lesión cervical severa con fractura de tres cuerpos vertebrales. Se le practicó una traqueotomía, se intentó restablecer el impulso neuronal. Pero nada se logró. El torero quedó tetrapléjico. Para siempre. Consciente de ello, hizo de su agonía un reto y a través de señas y susurros comunicó a parientes y médicos su deseo de morir.

Los facultativos, sabedores de que su vida pendía de un hilo, decidieron evitar el encarnizamiento terapéutico. A los pocos días, cuando vislumbraron una mejoría, lo sacaron de la Unidad de Cuidados Intensivos. “Permaneció estable una semana, pero esta mañana su salud empeoró súbitamente, se quedó triste”, explicó a EL PAÍS el director del hospital, Francisco Martín Preciado Figueroa.

Con su muerte, se cierra un capítulo lunar de la historia del toreo mexicano. Excesivo y canalla, El Pana fue un matador de arrabal. Le gustaba llegar en calesas rosas a las plazas, lucir coleta decimonónica y fumar habanos gruesos como brazos. El ritual no iba con él. Tampoco la genuflexión. Había conocido el hambre y la cárcel, también el embrujo del alcohol. Antes de empuñar la espada, fue sepulturero, vendedor de gelatinas y hasta panadero (de ahí su mote). Los entendidos le daban la espalda; los cosos de postín le repudiaban. Era una figura triste y casi cómica en un país de imposible explicación.

Poseído por un estilo teatral, la gloria siempre se le mostró esquiva. Lo más cerca que pasó fue cuando, en busca de algún dinero, decidió organizar su despedida. Ocurrió el 7 de enero de 2007, en la Monumental de México. Ante decenas de miles de aficionados, en una corrida televisada, rompió con el protocolo que tanto odiaba y, frente a la multitud boquiabierta, brindó por “las putas, las mujeres de tacón dorado y pico colorado”. Para ellas pidió, en esa tarde de despecho, la bendición de Dios. "Ellas saciaron mi hambre y me dieron protección en sus pechos y muslos, ellas acompañaron mi soledad", clamó. Poco importaron luego los dos toros. Había alcanzado la fama. Pero esta se apagó pronto y, pese a seguir toreando y ser la espada con más años del país, no volvió a visitarle hasta que el pasado 1 de mayo, negra y torcida, le sacó roto de la plaza de Durango. Fue entonces cuando El Pana, desde una cama de hospital, lanzó su último desafío.

Ayer, a la hora extraña en que anochece en México, el torero murió. Era lo que quería. Esa fue su verdadera despedida.